viernes, 3 de octubre de 2008

Ausencias


¿Qué hago con lo que veo?
He estado realizando visitas al Hospital Geriátrico y he podido apreciar imágenes conmovedoras, historias de vida, expresiones de los más variados sentimientos y con ellos he conformado un bagaje de conocimientos que me gustaría transmitir para que otras personas puedan sentirse afortunadas como yo de poder aprehender esas experiencias.
Heme aquí ante un profundo dilema: gran parte de la angustia y expresiones de tristeza y soledad que pude ver en ese lugar se debían a que esas señoras padecían ausencias, una larga espera por alguien que “en cualquier momento debe llegar”. Entonces ¿puedo yo pretender sensibilizar con mi trabajo a una sociedad que encarna esas ausencias?
Prefiero realizar mi tarea sin demasiadas pretensiones, no por que no tenga fe en los sentimientos de los demás sino por que quiero ser fiel a mis propia subjetividad y no estar sujeta al que sentirán lo otros.

Las ausencias. Bien podría ser ésta la frase que resume y condiciona los estados de ánimo de estas damas.
La ausencia de juventud: que se fue llevándose afectos, alegrías, dinamismo y dejó junto con los recuerdos, esos surcos en la piel y la expresión en la mirada de angustia ante un presente lleno de vacíos.
La ausencia de utilidad: contemplarse las manos, los dedos deformados y cruzarlas una sobre la otra para que reposen inmóviles, cuando en otro memento labraban la tierra y amasaban el pan.
La ausencia de sí mismas: convertidas en una mas, lejos quedaron los gustos personales, las preferencias, que distinguen e individualizan.
La ausencia de los otros; esos que traen noticias del mundo, de la familia y que por momentos las hacen sentir parte de su realidad. Los que vienen cuando pueden por que tienen sus ocupaciones.
La ausencia de voz, porque para quien quiere escuchar, los silencios son ensordecedores.

jueves, 2 de octubre de 2008

La vida en el rostro


Cuando planteé el proyecto en realidad consistía solo en realizar retratos donde las señoras pudieran no solo verse reflejadas sino que además se sintieran protagonistas. Que la muestra se realizara en presencia de ellas y que recibieran la atención y admiración del público, como un homenaje por su longevidad.
Al asistir al Geriátrico comencé a tomar registro no solo de la imagen física de las abuelas sino de sus realidades, a través de sus testimonios fui conociéndolas, y conmoviéndome con sus relatos hasta el punto de reformular todo mi proyecto…y en este punto me encuentro, con un cúmulo de información y emoción y buscando el camino hacia donde encauzarla.
Debo confesar que soy una persona muy permeable, y que iba dispuesta a dejarme sorprender, tal vez por eso considero mis visitas tan ricas, que me gustaría compartirlas.
La primera vez que fui, buscaba a una enfermera para entregarle una nota que avalaba mi proyecto, caminando por un pasillo una anciana pidiendo que le dieran la mano capturó mi atención, los ojos tristes, el rostro con expresión de angustia y su voz desesperada que apagaba todo el silencio de la siesta, me acerque y le pregunté que necesitaba, asombrada por que la enfermera había pasado sin inmutarse, ella insistía que le dieran la mano, necesitaba levantarse, por que sola no podía. Ante la insistencia y temiendo por desconocimiento de su condición física le pregunté qué tenía que hacer?
A lo que respondió con la misma urgencia –Tengo que cocinarle a mi marido!

En el mismo pasillo, días después, ya con lápiz en mano me senté junto a Hipólita (los nombres pueden no ser los reales), serena me observaba con un aire de desconfianza, después de escuchar las razones de mi visita, contestó mis preguntas, pocas, suficientes para saber que está en ese lugar por que sufrió una fractura de cadera y quedó en silla de ruedas y no puede permanecer en su casa, en el campo. Con una perturbadora lucidez me dejó en claro que el tiempo transcurre muy lento en ese pasillo.

Josefa se nos sumó y luego de las presentaciones de rigor se abrió el diálogo, que fue descorrer el telón de un escenario donde se suscitaban imágenes que me narraba con vívida pasión. Una gran cosecha, toda la familia trabajando junto al padre, mujeres a la par de los hombres, abundancia de granos, de trabajo, de fuerza.
Josefa me cuenta no como si lo estuviera recordando sino como si lo estuviera viviendo.
Cuando terminé su retrato, lo miró, pero no vio su imagen, me preguntó si era uno de los señores que pasaban en ese momento por ahí. –Puede ser- Le contesté.

En mi siguiente visita me dirigí al comedor. Me senté al lado de una señora que muy preocupada me contó los angustiantes sucesos que había vivido ese día.
-Usted sabe señora que yo no se qué hago acá, quién me trajo. Con la desazón dibujada en el rostro, me contó que estaba en casa de una amiga y que había salido para comprar algo, que no recuerda que, ni que hizo con lo que compró, y no sabe como vino a parar en este lugar. Me asegura que se esfuerza en recordar y no puede. -Y llega la noche y hace frío y no sé si no me van a decir que me vaya.
El empeño que pone en situarse en tiempo y espacio se evidencia en su postura, en la mano que sostiene su frente, en la mirada que busca algún objeto o persona que le resulte familiar.
Está en silla de ruedas, y hace varios años que está allí.

He visto, he oído, pero más aún he percibido en cada línea de sus rostros fragmentos de su vida. Como su expresión se ilumina o se ensombrece según el recuerdo que transiten, por eso es que mis retratos tan bien logrados de parecidos reales son tan poca cosa si no pueden siquiera asomarse al enorme espectro de sensaciones que se reflejan en sus miradas, en sus muecas o en sus silencios, la angustiosa espera de que el tiempo pase, por que no hay mucho mas que esperar…